Saturday, April 26, 2008

A mi abuela

Mi primer acercamiento con la muerte fue el 10 de Agosto de 1987, mientras yo jugaba en la mesa de centro, mi abuela detrás de mi, sin miedo, sin humillaciones y sin rencor, dejo que la vida se escurriera entre los hilos del silencio. Cuando era una niña flacucha y nerviosa me cuestionaba en torno al peso metafórico y literal de lo que era la muerte, no me atemorizaba, al menos no en la idea que todo niño tiene, simplemente me producía un cierto escozor todo el halo de misterio, era extraño preguntarme por que todos tenían que morir o hacia donde iban, a mis 4 años no tenia la idea de un cielo o un infierno, mas bien imaginaba a los seres navegando en otra dimensión o viviendo en otro mundo que nosotros no veíamos, la idea de solo morir y desaparecer en todos los planos, me parecía inconcebible, pero sobre todo la idea de que la ausencia podía tocar la puerta sin previo aviso y la muerte con invitación en mano.

Un día antes de morir la abuela, soñé que parejas de catrines se paseaban por la calle, elegantísimos, con trajes negro y bastones de caoba, con vestidos amplios, encajes y tules, dándose el brazo, ligeros, festejando, festejando algo que no sabia que, mi calle se había convertido en una fiesta, de esas de pueblo. Me veían a los ojos y me anunciaban la belleza de la vida que respira para luego entrecortarse, al día siguiente se fue ella, la abuela, tanto que nos queríamos, en mi no queda mucho de su esencia, con su porte de gran señora, sus ojos verde aqua y sus cabellos rizados, decían que había sido una mujer hermosa, mientras yo, esa niña que nunca seria ni siquiera demasiado bonita. La contemple por mucho tiempo en su ataúd, no quería que le rezaran el novenario, me daban miedo la voces en conjunto que rezaban el rosario, solo perturbando el camino de los muertos con sus horribles letanías.

Muchas veces nos asomamos por su ventana para observar las estrellas, ella decía que cada una era el alma encendida de los moradores del cielo, que así nos dejaban ver la felicidad de estar descansando en paz con su luz y su tintineo, por fin comprendí que esa había sido su larga despedida, los pocos años que estuvimos juntas, no había noche que no se despidiera de mi.

Hoy lo único que me queda de la abuela es un anillo que van en mi mano izquierda por ser el lado femenino y en el dedo que va directo al corazón, de no haber muerto muchas cosas habrian cambiado, aun contemplo su foto y se que esta cerca de mi, lo se cuando huele a sus abrazos, olor a flores, a limpio y a las cocinas de antaño, cuando la sueño o cuando con su anillo me da la mano.

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