Monday, January 22, 2007

La revancha de los peces.

Ya no recuerdo si fue sueño o paso en realidad, yo tendría como unos 4 años, estaba en la regadera con mi madre, cuando del grifo comenzaron a salir miles de peces dorados, que (lejos de la apariencia que todos tenemos grabada en la mente) eran horribles, casi como mierda que caía sobre nosotras recordándonos que éramos pecadoras. Sólo los recuerdo cayendo sobre nuestros cuerpos desnudos, el agua muy turbia, las paredes muy sucias; yo quería abrazarme a mi madre, meterme entre sus piernas y que esos seres no me ensuciaran más de lo que este mundo nos ensucia en el momento de nuestra llegada.

Hoy me senté en el piso de la regadera y me encogí para llorar, pero fue imposible, con el tiempo uno va perdiendo la sensibilidad y las lagrimas, sólo nos queda la sensación de muerte en el pecho. Hoy quise que cayeran sobre mi cuerpo miles de peces dorados y que con sus pequeños dientes me devoraran lento, lentísimo; quise estar muy sucia, tener la sensación de podrido en la boca y en el paladar para saborearlo sin sentirme apenada, que de mi vagina salieran miles de gusanos desangrados por no poderme fecundar, que la sal secara mis ojos y mi alma, para así no poder ver hacia el pasado, no recordar: dejar de existir en los recuerdos y que los recuerdos dejasen de existir. Hoy tenia ganas de que miles de peces con los ojos inyectados de lujuria y gula -y el cuerpo regocijado en soberbia y furia- me dejaran sin aliento: tuve ganas de matar a mi madre y a mi padre para que no me recordaran de dónde vengo y el por qué no puedo dormir noche tras noche; quise lacerarme para despojarme de este pedazo de carne que es el cuerpo en el que habito, quise ir a entregarme al ser que me violentó y decirle que lo odio como a nadie solo para invadirme de su maldad y dejarlo limpio, expiarlo de sus pecados… quise dejar de ser yo y vivir en un mundo donde no haya, no exista, donde hayan matado a tiros a la felicidad, donde no haya esperanza, donde no haya alivio, donde no haya cuerpos voluptuosos o frígidos que se entregan al placer mundano o al placer de Dios.

Pero de que sirve desear, si siempre que yo deseo, siempre, alguien desea mucho más y los peces dorados me dan la revancha dejándome con las lagrimas hundidas en la mirada, la cara clavada entre las piernas y la sensación de muerte en el pecho…

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